He ido por fin a visitar Bomarzo, una visita largamente deseada desde que lei el libro de Mújica Laínez. Es curioso que siempre te sorprenden las cosas que has imaginado durante tiempo. Ahora sé que el personaje de la novela es una invención y que las razones últimas de su obra se mueven por parámetros culturales e ideológicos profundos pero igualmente apasionantes.
Existe mucha vegetación en la zona, es un verdadero bosque y la luz mañanera hace que existan fuertes contrastes. Aconsejaría que para hacer fotos quizá la mañana no es el mejor momento, muchas esculturas quedan en penumbra. También muchas de ellas quedan tan rodeadas de verdor que se hace difícil verlas correctamente. Es sorprendente la imagen del Bosque tal como se ve en las fotos de los años cincuenta antes de que empezara su restauración, casi completamente desnudo de verdor y de árboles y la que muestra actualmente que acentúa su aspecto misterioso e iniciático al menos así es en primavera. Mucha de su vegetación es caducifolia así que en invierno podríamos descubrir un paisaje muy distinto en la que los diversos elementos escultóricos pueden ser más visibles entre si.
La segunda cosa que me impresionó es el tamaño de sus esculturas, algunas de ellas son mucho mayores de lo que esperaba. Impresionantes moles de granito que impactan más por su potencia que por su perfección pero que cumplen su función de inquietante espacio poblado de monstruos. No están las figuras diseminadas individualmente sino que forman grupos vinculados por sentido y proximidad.

El primero que aparece es un pequeño perro que monta guardia junto a la ninfa dormida. Este perro puede tener un valor simbólico de fidelidad o también como apunta Calvesi como un elemento lascivo junto a una mujer desnuda como recuerda la Venus de Tiziano. El perro original parece que perdió la cabeza, no sé si la actual es una recreación o bien, que fue encontrada y puesta en su lugar.

Seguiremos buscando perros de piedra por los jardines.
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